viernes, 20 de abril de 2012

Recuerdos en Blanco y Negro: Uno de Nosotros

Uno de Nosotros

Me van a dejar a esta preciosidad, no lo hagan, miren que carita tiene. Estas fueron las palabras de aquella señora con bata blanca, que a la hora convenida con papá, nos estaba esperando en aquella finca.

Miguel dijo que sí, que era la orden de su padre, y que no había vuelta atrás

Sultán entró como cordero degollado, echó un último vistazo, y siguió para adelante. Esta era su nueva casa, y según los rumores que llegaron a mis oídos, aquí terminó sus días de forma plácida. Con él, se quedó su collar de cuero--nunca tuvo collar de pinchos-- y su cadena a prueba de tirones.

Fuera de este complejo residencial, por cierto, con muy buena pinta, nos esperaba papá. El no tuvo las agallas suficientes para despedirse en aquella finca de su querido AMIGO.

Así se alejó de nuestras vidas “patas cortas”, pero ¿cómo llegó?

Aquí la memoria me juega una mala pasada, pues no recuerdo el instante que él paso a formar parte de los 12 que éramos. Según recuerdo, fue una tarde de un tórrido verano, cuando un perrito (creo que era cachorro), requirió de la asistencia alimenticia por parte de alguno de mis hermanos medianos (Javier o Miguel). Se le bajó el menú (huesos y sobrantes), y el perro agradecido por el banquete, y entusiasmado por la algarabía de tanto ser vivo de la misma familia, decidió de forma inteligente quedarse frente al portal 10 de la Calle Rafael Salazar Alonso, ya que su obsesión era pasar a formar parte de nuestra familia y ser el miembro número 13. Aquella noche, estando en la terraza, ya que el calor dentro de la casa era insoportable, alguien de nosotros espetó: mamá, mamá, ahí abajo está el perro. Y éste, al escuchar la voz, se incorporó de su letargo sueño y miró para arriba. Uno de  nosotros le dijo a mamá: pobrecito, no tiene casa para dormir ¿podría quedarse esta noche? Mamá viendo lo que se le venía encima dijo que no, pero otro de nosotros volvió a insistir: mamá, solo por esta noche. Al final ella, desarmada por la cara de los niños y por el gesto del can, dijo que bueno, pero que el perro tendría que dormir en la carbonera.

Esa fue la primera noche de otras tantas muchas, ya que desde ese día, Sultán pasó a ser un miembro más de aquella familia numerosa.

Eso sí, a los pocos días tuvo que pasar el escollo que definitivamente le dio el pasaporte para ser un miembro de los López Expósito.

Aquel escollo a superar fue más duro para nosotros que para Sultán, pues él en una hora ya la había solventado, mientras nosotros, primero tuvimos que aceptar la decisión de abandonarlo, y después la obsesión de perder a nuestro querido AMIGO.

Aquí solo había una culpable, y esta no era otra que la tía Celsa, ya que en aquel viaje relámpago de papá y mamá, y al hacerse cargo de nosotros por unos días, puso como condición el destierro definitivo de Sultán.

La decisión estaba tomada, y el verdugo también. Javier era el elegido para dejar al perro lo suficientemente lejos, de tal forma que perdiese el rastro y no supiese volver. Hasta la Puerta del Sol dicen que se fue, allí lo soltó y, siguiendo el plan previsto tomó el autobús de vuelta a casa. Cuando llegó a casa, tumbado sobre la rasposa alfombra del portal, estaba él, su perro del alma, que esta vez sí, y para mucho tiempo, pasó a ser uno de nosotros.

Desde ese día fuimos 12 + 1.

Continuará…..



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