Sultán. Uno de Nosotros II
La constancia y tozudez de Sultán dieron sus frutos, y la tía
Celsa, aunque a regañadientes, dio el visto bueno para que el nuevo
inquilino siguiese entre nosotros. Eso sí, durante su estancia, el
perro iba a estar en la terraza mucho más que de costumbre.
Cuando volvieron papá y mamá de su inesperado viaje, la
normalidad se instaló de nuevo en la casa, y él, además de estar
en la terraza, también estuvo en el salón, en la cocina , y donde
le dio la real gana, ya que nuestros padres no le ponían barreras de
ningún tipo.
Fueron 12, quizá 13 o a lo mejor 14, los años que estuvo entre
nosotros, y a ninguno de los 12 que vivíamos allí, ni a los que se
fueron arrimando con el tiempo, Sultán dejó indiferente.
A continuación os paso a contar algunos de los recuerdos que
guardo de Sultán.
LARCIA CARALLO
Don Manuel, es decir mi padre, cuando quería vacilar con Sultán,
cerraba el puño derecho, y enseñándoselo a Sultán cuando éste se
encontraba en sus dominios (carbonera), le decía: LARCIA CARALLO. La
respuesta del perro siempre fue gruñir y sacar
los dientes.
MEARSE DE GUSTO
A Sultán no le costó esfuerzo alguno acostumbrase a que en casa no
se tenían que hacer las necesidades, pero la emoción siempre pudo
con él, y había una persona de la familia por la cual merecía la
pena mearse encima, y éste no era otro que el tío Pepe.
CANELO, MANOLO, LEÓN y OTROS
Canelo, pobre Canelo. Canelo era un perro que tenían los vecinos
del 4º, nosotros vivíamos en el 5º, y no sé porque a este pobre
Sultán le tenía una ojeriza de asustar. Ellos, los vecinos, cada
vez que iban a sacar a paseo a Canelo, nos avisaban para evitar
encontronazos en la calle de mal gusto. Un día, el aviso se
convirtió en una trampa, ya que cuando subió Tonina (así se
conocía a una de las residentes en el 4ª), como siempre en bata y
con los rulos puestos, no tuvo la precaución de cerrar la puerta de
su casa, y el pobre Canelo, ya entradito en años, cometió la
imprudencia de subir tras ella. Ganas que le tenía, y en la puerta
de su casa, se tiró a por él, y si no lo separamos, allí que lo
remata.
Con Manolo, la cosa estaba más pareja, ya que fuerte no era, pero
listo era para aburrir. Aquí los combates, y mira que libraron unos
cuántos, solían acabar en tablas, y con un cubo de agua, ya que la
única forma de separar los dientes de uno con la carne del otro era
a base de chapuzones del líquido elemento. Comentaros que este tal
Manolo, era un perro callejero, que junto a Linda y Moro, tomaron el
barrio como su lugar de residencia. Los tres estaban vacunados.
Y había un tercero, Mastín blanco, y de nombre León, que más
de una vez le puso las pilas a Sultán, y no porque fuese un perro
que buscase pelea, sino porque intentaba evitarla, y a Sultanín,
más chulo que un ocho él, pues le ponía pegarse con todos los
perros, y con este mastodonte, más de una vez se topó, y más de
una vez sus afilados colmillos probó.
Hasta aquí me alcanza la memoria, hubo otras muchas peleas con
otros muchos canes, pero por ser a altas horas de la madrugas, no
tuve la oportunidad de estar presente en dichos combates.
LOS HUESOS PARA EL PERRO
Los
domingos, como correspondía con aquellos años un poco escasos, era
el día del pollo, y desde el 8º, Zuqui (mi amigo) se deslizaba por
la barandilla de la escalera hasta el 5º, llamaba a la puerta, y nos
dejaba el menú para Sultán. Ese día tocaba LOS HUESOS PARA EL
PERRO de 12 personas (ellos también eran familia numerosa), y digo
huesos, y digo bien, porque encontrar algo de carne era imposible.
Sultanín se ponía hasta las trancas, y luego a dormir la siesta. Si
os puedo jurar, que jamás se puso malo por comer todo este festín
de huesos.
ÁRBITRO DE BOXEO
En
una familia numerosa, compuesta por 5 chicos y 4 chicas, y con un
intervalo de edad de aprox. 2 años, raro era el día que no había
algún tipo de confrontación. Pues bien, en el momento que los
decibelios de alguno de nosotros subía más de lo normal, y
encontraba alguna respuesta todavía con más volumen, allí salía
Sultán para mediar, y si la cosa entraba ya en “va” y “ven”
de manos, entonces se ponía en medio de los “disputantes” y,
ladrido para uno ladrido para otro. Al final era más el ruido que
las nueces, y los pugilistas de turno entraban en razón.
El otro día mi sobrina Eva,
después de leer la primera parte, me recordó algo que fue bastante
relevante, ya que entre los logros de este maravilloso AMIGO, está
el haber conseguido salvar la vida de UNO DE NOSOTROS.
Continuará.