miércoles, 18 de abril de 2012

PONERLE LA PIERNA ENCIMA



Luisito sube a cenar.

Mamá, espera a que acabe de jugar.

¿Acabar de jugar? pero si llevas más de 5 horas en la calle.

Eran unas tardes interminables, de juegos eternos, donde el fútbol, las chapas, el dolar, el rescate, y otros muchos juegos, cobraban un fuerte protagonismo.

Tanto juego y tanto movimiento, tenían un riesgo enorme de caídas, y no había día que uno subiese a casa sin pagar el peaje de llevar heridas en rodillas y manos.

Pero como dice el dicho: "Sarna con gusto no pica", y cuando llegaba a casa, allí estaba el enfermero de guardia para restañar los daños producidos en rodillas y manos. Sultán (patas cortas para los amigos), que era su nombre, tenía el don de curarte a base de lametazos, y era tal el poder curativo que tenía, que donde ponía la lengua no crecía ningún tipo de bacteria.

Una vez saneado por mi perro del alma, tocaba cenar y aquí, el menú, casi siempre era el mismo, es decir, bocata de tortilla francesa para cualquier día de mes que superase el 28, y que no se fuese más allá del 26. Y los días 26 y 27, había una ampliación de la oferta culinaria, ya que esos 2 días tenía también chorizo.

Degustada la cena, casi siempre en tiempo record, tocaba ver la televisión en familia. Y aquí al igual que sucedía con los berberechos los días 26 y 27, los mayores tenían derecho de pernada, es decir, ellos en algún momento podían llegar a sentarse en las sillas del salón, y digo en algún momento, porque el parque de sillas era insuficiente para los 12 + 1 que vivíamos en casa.

Si algo tenía de positivo no tener silla para nosotros, es que al estar debajo de la mesa, y estar todavía el mantel puesto en la mesa, pasábamos inadvertidos ante los 2 rombos que le ponían a casi todas las películas. Muchas veces, nuestros hermanos mayores no caían en la cuenta, y por lo tanto, podíamos terminar de ver la serie o la peli de turno.

Luego llegaba la hora de dormir y aquí también debíamos de repartirnos, pues al igual que sucedía con las sillas, había menos camas que personas. Yo quería dormir siempre con Javier, y quería dormir con él, porque no me atizaba por ponerle la pierna encima.

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