Una pequeña historia de una gran Escritora
Sí, soy nueva en este
pequeño y extraño pueblo llamado Plems, en el Norte de Arizona. Sinceramente,
odio la sensación de soledad. En este instante, me siento como un diminuto
punto aquí, en Plems. Acabo de llegar y ya quiero volver al centro. El tiempo
es horrible, solamente 8 grados y hay tormenta. Mi nombre es Amanda, Amanda
Williams.
Al llegar a mi nueva casa,
decidí subir a mi habitación, que resultaba ser pequeña. Tuvimos una
conversación
-Papá, ¿Trajiste mi
ordenador? Ya sabes que tengo el trabajo de medicina para entrar en la
facultad.
-Sí, aquí lo tienes.
Comprobé que mi trabajo
estuviera guardado, y exactamente, lo estaba. Decidí imprimirlo junto a mi
currículo y entregarlo en la facultad de Plems. Pasadas dos horas, me dijeron
que estaba admitida en el hospital Charmon, a dos kilómetros de Plems.
Después de cuatro largas
horas estudiando preparándome para mañana, me fui a dormir.
Me levanté a las 7:00 AM
para estar allí a las 8:30. Iba a salir por la puerta de mi casa, cuando mi
padre me interrumpió.
-¿A dónde vas a estas horas?
-A trabajar papá, me
cogieron en el hospital de Charmon
-¡Vaya, que afortunada!
-Sí, creo. Nos vemos luego
¿vale?
Llegué al hospital de buen
humor. Me condujeron hasta el despacho de la directora para decirme a qué
paciente ayudar, en qué habitación y en qué piso.
-Buenas tardes, señorita
Williams
-Buenas tardes, directora
Charmon.
-Pues al parecer, a usted,
señorita, la ha tocado atender a una paciente con cáncer. Se llama Lizzie,
tiene 10 años y está en la cuarta planta, en la sala 417.
-¿Y qué la pasaba?
-Problemas sanguíneos. Si no
la importa, váyase a atenderla.
-Claro.
Subí por las escaleras,
hasta que llegué a la habitación de la pequeña Lizzie. Su aspecto no era
demasiado bueno. Estaba muy pálida. Mantuvimos una conversación.
-Hola Lizzie ¿Cómo estás? Me
presento. Me llamo Amanda, soy tu nueva doctora.
-Hola. Lo sé, ya me lo
contaron
-¿Cómo estás?
-Ya me ves, pero al fin y al
cabo, quiero sonreír, fingir que no me pasa nada para poder ser feliz.
En cuanto las palabras de
Lizzie llegaron a mis oídos, no pude evitar que una lágrima cayera.
-Me gusta esa actitud,
pequeña Lizzie. ¿Me permites llevarte a la sala de operaciones? Tenemos que
operarte.
-¿Me voy a morir? Tengo
miedo, Amanda.
-¡No, tranquila! Todo va a
salir bien, ¿vale? Confía en nosotros.
La trasladé al quirófano, la
estuvimos operando y observando durante 3 horas, hasta que llegamos a una
conclusión: A Lizzie la faltaba demasiada sangre, si no tenía medio litro más
de sangre, moriría en un mes.
Pasaron siete días, yo
dormía siempre con ella, me pasaba los días en el hospital con ella, y nunca
regresaba a casa. La veía muy feliz, como si no la importara tener cáncer.
Tenía una sonrisa preciosa. Lizzie, me preguntó:
-¿Qué tal salió la operación
del otro día?
No podía contárselo, pero
era mi obligación
-Verás… Te falta sangre,
necesitamos medio litro más para que puedas salir ya del hospital.
-¿Y si no se consigue?
-Tranquila, se conseguirá.
Me fui corriendo a la sala
de donaciones, me sacaron mucha sangre para donársela a Lizzie. Dos semanas más
tarde, el bote estaba casi lleno, pero necesitaba más. Doné toda la sangre que
pude, y Lizzie, quedó a salvo. Ahora, estoy ingresada en el hospital por falta
de sangre.
Anónimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario