sábado, 23 de febrero de 2013

RECUERDOS EN BLANCO Y NEGRO



El puñetazo

Aquel viernes, llegué a casa cabizbajo, no quería cenar, y es que ni estaba contento conmigo mismo, y mucho menos con ellos, que eran los culpables de mis miedos y mis complejos. Mis amigos: sí, aquellos con los que llevaba conviviendo unos cuantos años, estaban acabando con mi paciencia, y es que la falta de respeto, la mofa y la burla hacia mi persona, últimamente parecían el único argumento de diversión cuando el día no daba para otras cosas.

En el centro de mis iras estaba Zuqui, y la venganza que aquella noche con mimo diseñe con mi hermano Miguel Ángel, únicamente tenía como destino el mentón de mi otrora amigo del alma.

Zuqui, digámoslo así, era el líder de aquella pandilla, y lo que él decía, y lo que él hacía, era repetido por el resto del grupo, y cuando había que sacudir moralmente a alguno, él iniciaba la cacería, y el resto, excluyendo a la víctima, hacían lo que el jefe quería.

Mi problema, que yo nunca había buscado pelea, es más, siempre que había bronca, yo procuraba alejarme, y aquella actitud antiviolencia,  en lugar de ser un punto a mi favor, fue tomada como un signo de cobardía y de poca valentía. Para que queríamos más: alto y cagón, ideal para ser el objeto de todo tipo de mofas, y de todo tipo de descalificativos asociados a la altura. Así que pasamos del “más largo que un día sin pan” a “todo lo que tienes de grande lo tienes de tonto”.

Miguel, que estaba loco porque alguien se pusiese a hacer guantes con él, no tardó nada en ponerse manos a la obra, y cuando le dije lo que me pasaba, y lo que quería, me dijo: - “No te preocupes, luisito, con lo que aprendas esta noche, mañana cuando bajes a la calle le vas a dar su merecido a Zuqui”- Miguel, al igual que todo macho viviente de la casa, era asiduo a todos los combates que por la única televisión que por aquel entonces teníamos se emitían. Legrá, Pedro Carrasco, Velázquez, Urtain, y las grandes estrellas norteamericanas de los pesados, eran los mejores espejos donde mirarnos y de donde aprender –“Cúbrete luisito, cubrete”- me repetía, mientras me tiraba una mano y otra a la cara –“Así, muy bien, ahora baila como Legra y como Casius Clay. Perfecto tienes que evitar que él te golpee”-. Después de 2 horas de una clase magistral, donde aprendí un montonazo, y donde las piernas ya no daban para mucho más, Miguel decidió que la clase y mi preparación habían llegado a su fin – “luisito, mañana seguro que le tumbas”- Aquellas últimas palabras de Miguel, me reforzaron de tal forma, que la cama y las ganas de revancha, se hicieron eternas en una noche larga y de  tensa espera.

A las 09:00, la voz de mamá me devolvió a la realidad, y sobre todo, evitó que la caída por ese barranco, esta vez fuese verdad y no un sueño. Todavía temblando por haber evitado semejante” piñazo” contra el suelo, le pregunté a mamá: -- ¿qué hay para desayunar?—grité--Cola Cao con pan luisito, y date prisa que me tengo que ir a la compra-- me contestó.

En un santiamén, estaba en la cocina vestido y preparado para desayunar. Mamá ya había calentado la leche, pues la nata, esa capa asquerosa y con olor a chamusquina, no dejaba ver el humo que anunciaba que la leche estaba caliente.


Sábado, mes de mayo, día soleado y de temperatura suave. Mejor tarjeta de visita para tomarme cumplida revancha no podía tener, pues al no ser día lectivo, en la plaza esa mañana la concurrencia de gente estaba más que asegurada, y eso era lo que yo necesitaba, que todo el mundo viese como iba a noquear a Zuqui, ya que de esta forma volvería a ganarme el respeto de todos.

De un trago y casi sin respirar me bebí el Cola Cao, y con la misma y a toda velocidad, cual centella me dirigí a la puerta de la calle, y cuando estaba a punto de sobrepasarla, la voz de mi madre sonó atronadora en mi cabeza: -- luisitoooo te has lavado--, --Si mamá--  --Seguro-- -- Que siiiiii mamá. Pregúntale a la nena-- Evidentemente la nena no me había visto porque no me había lavado, y mamá tampoco se lo creyó, pero esa mañana ya había sufrido un combate dialéctico con María Jesús, y ganas de seguir discutiendo apenas tenía, así que hizo la vista gorda y me dejó ir sin la inspección de turno.

Una vez en el descansillo, es decir pasado el peligro de revista, me subí en la barandilla y enfilé hacia el primero. Por delante 4 pisos y 8 revueltas, que devoré en escasos segundo en los que solo en mi mente veía la imagen de Zuqui.

Una vez abajo, me fui a la puerta de atrás, pues seguro que,  siendo la hora que era, iba a estar abierta, y no, la puerta estaba cerrada y el cerrojo echado. --Señor Manoloooo ¿me abre la puerta de atrás?-- dije en voz alta, y como nadie contestó,  volví a repetirlo, pero está vez subiendo los decibelios, y tampoco recibí contestación alguna. Estaba claro que ni el Sr. Manolo estaba ni la Sra. Luisa tampoco.

Pegué la nariz al cristal de la puerta, cruce las manos sobre mi cabeza para evitar los reflejos del sol, y mire hacia la plaza. Había gente, pero Zuqui no entraba en ninguno de los planos que yo lograba divisar desde la puerta de atrás.

Así que como no venía nadie, y no me quería quedar allí esperando más tiempo, decidí que había que dar la vuelta, y corriendo salí por la puerta de delante –está solo se cerraba a partir de las 23:00--, y en un santiamén estaba en la plaza. Ahora sí podía divisar toda la plaza, y ahora sí pude comprobar que Zuqui todavía no había bajado. Me acerque a un grupo de amigos que estaban jugando a las canicas y les pedí jugar.--Esta bien, puedes jugar, pero espera que acabemos esta partida-- me dijo Nano. Y empecé a jugar, y antes de que los contrincantes se hubiesen dado cuenta, yo ya tenía 5 canicas más de las que había llevado.  Era un crack de todo tipo de juegos de temporada, pues a las chapas era imbatible, a las canicas el mejor, y al taco, pocos eran los que alguna vez me ganaban.

Seis, siete y……….cuando estaba a punto de ganar la octava --pues solo me quedaba volver al gua después de haber golpeado la canica del contrario--, me interrumpió la voz de Zuqui que nos solicitaba permiso para poder unirse a la partida, me incorporé, me puse frente a él y le dije --¿Quieres pelea?-- Aquella brabuconada de luisito no se la esperaba, y él, sonrisa nerviosa al canto, y mirada de sorpresa, se encogió de hombros, y como no podía decir que no, pues su crédito y carisma dependían de no echarse atrás, dijo—bueno--. En un momento, quedó desmantelada la partida de canicas, y ser formó un círculo donde iba a tener lugar el combate, ese que llevaba en mi mente desde la noche anterior, y que de una vez por todas, serviría, si ganaba, para que todo  el mundo me volviese a respetar.

Empezó la pelea, y duró lo que un caramelo en la puerta del colegio, es decir, menos de un minuto, pues antes de que Zuqui se quisiese dar cuenta, el puño de luisito se estampó contra su nariz y le produjo una pequeña hemorragia, que hizo de aquella pelea algo mucho más espectacular de lo que realmente fue.

Aquel  primer puñetazo  me sirvió para ganarme el respeto de todos mis amigos.



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